La casa de Jack (The House That Jack Built)
Dirección: Lars von Trier. Guión: Lars von Trier, sobre un argumento de Lars von Trier y Jenle Hallund. Intérpretes: Matt Dillon, Bruno Ganz, Uma Thurman, Riley Keough, Sofie Gråbøl, Siobhan Fallon Hogan, Ed Speleers, Osy Ikhile, David Bailie. Duración: 152 m. Año: 2018. Producción: Dinamarca, Francia, Alemania y Suecia.


Lars von Trier prosigue con su última senda de cine enfermizo, en este caso siguiendo los pasos de un psicópata asesino en serie (estupendo Matt Dillon), sobre el que se explaya a gusto con escenas y situaciones bastante explícitas, y algún toque de humor negro. Desde luego, resulta una descripción bastante exacta de lo que es una personalidad de ese tipo, alejada, y eso es lo bueno, de la glorificación que muchas veces se realiza en la ficción, ajustada a su comportamiento típicamente frío y cruel, no empático y muchas veces no planificado, y sometido constantemente a obsesiones compulsivas. Si el espectador aguanta este duro viaje, al final, el director ofrece una agradecible lectura filosófica (incluso irónicamente autocrítica) que da mayor entidad al filme.
Cinelandia.
Es más que posible que tras el evidente ánimo provocador del cineasta danés y padre del movimiento Dogma, Lars von Trier, se esconda no tanto una enfermedad mental, que también, como un sentido del humor tan negro como incomprendido. Como desde un tiempo a esta parte (más concretamente desde "Anticristo" -2009-), una vez más, a lo largo de una duración desmedida (¡vaya cruz esta difícil de sobrellevar!), el espectador asiste incrédulo al recital violento, misógino, admirador del nazismo y desagradable en grado sumo salido de su delirante universo (en este caso, intentando convencer a aquel del arte que supone el asesinar en serie por boca de un eficaz Matt Dillon, sin duda su alter ego en pantalla), todo ello con escenas de una dureza extrema. Menos mal que gracias a la voz y al personaje de Bruno Ganz, en un final tan barroco y extraño como revelador, acaba reconociendo que la casa que construye, y por tanto su arte, no está hecha de los materiales adecuados, por lo que no se libra de la condena de arder en el infierno. Una gran broma narcisista visualmente notable, con más de una puya acertada a la insolidaridad del ser humano con su semejante y que tiene la capacidad de no aburrir, o al menos así prefiero interpretarla yo...

Álex.