Blackthorn: sin destino (Blackthorn)
Director: Mateo Gil. Guión: Miguel Barros. Intérpretes: Sam Shepard, Eduardo Noriega, Stephen Rea, Magaly Solier, Nikolaj Coster-Waldau, Dominique McElligott, Padraic Delaney, Cristian Mercado. Duración: 98 m. Año: 2011. Producción: España, EE.UU., Bolivia y Francia.


"Blackthorn" recrea la hipótesis de que los famosos ladrones de bancos Butch Cassidy y Sundance Kid no fueran abatidos en Bolivia en 1908, sino que hubieran conseguido escapar al ser sus cadáveres confundidos con otros. Así, la película comienza con un ya viejo Butch Cassidy, todavía en el país andino y decidido a volver a los Estados Unidos con el dinero que ha conseguido en sus últimos años criando caballos. El tono es de un acertado western crepuscular en el altiplano boliviano y todo el peso del filme recae en un excelente Sam Shepard. El encuentro de Cassidy con un español que dice haber robado a un rico minero les llevará a huir y a recrear de alguna manera las andanzas de juventud, mediante unos flash-backs que no aportan lo suficiente. Sin embargo, el protagonista pronto comprobará que todo es distinto y aquí, en el tramo final, la película ofrece su mejor reflexión: ¿hay diferencia entre vivir de robar a los poderosos y quitar el dinero a cualquiera? ¿Existe una moralidad del robo? ¿Existe una dignidad en este tipo de vida?
Cinelandia.
Ha merecido la pena tanta espera para ver el estreno del segundo trabajo de Mateo Gil (olvidable aquel debut con "Nadie conoce a nadie" -1999-) desde su ya lejana presentación allá por marzo en el Festival Internacional de Las Palmas de Gran Canaria y su posterior paso por el de Tribeca, Nueva York. Por dos motivos: primero, como no me canso de repetir, porque haya directores con propuestas que se alejen de los habituales caminos del cine patrio y se atrevan con géneros hasta no mucho vetados y reservados a la industria estadounidense (aunque se necesite su ayuda en la producción) como en este caso es el western. Y segundo, por los resultados obtenidos, partiendo de la original idea (mira, tercera razón para felicitarse ya que estamos en la era de los remakes, sagas interminables, precuelas, spin-offs y demás artificios para ocultar la carencia de nuevos argumentos) de resucitar al personaje de Butch Cassidy para recordarnos la importancia de la amistad y, sobre todo, la libertad por encima de la simple ambición y el gris cumplimiento del deber, no siempre bien entendido. Un filme tan áspero, duro y árido como el altiplano boliviano dónde está rodado, pero al que si le dejas reposar desprende ese sabor clásico, casi añejo, tan característico del género, dentro del cual sin duda será recordado (aunque quizá no ocupe un lugar entre los privilegiados debido a una interpretación discreta, que no mala, de Eduardo Noriega, que no está a la altura de Sam Shepard para darle la réplica adecuada).

Álex.