Con un estilo feísta e incómodo, cámara en movimiento y primeros planos, el director filipino Brillante Mendoza demuestra ser de los que les importa bien poco la sutileza a la hora de enviar el mensaje. Incisivas como un cuchillo y duras como un puñetazo al mentón, así resultan su crítica al sistema policial corrupto de su país y la denuncia de la pobreza que lo asola, que obliga a sus compatriotas a delinquir para poder subsistir entre tanta montaña de basura (literal, no figurada). Un final demoledor que nos demuestra que hasta la misma tragedia afecta de forma diferente a una familia u otra, según sea su condición, para un relato con ciertas lagunas narrativas, carencias interpretativas y ritmo trompicado. Álex. |